Desde
que tengo uso de razón me he rebelado en contra de cómo eran las personas que
me rodeaban y de las situaciones que me traía la vida. He perdido mucho tiempo
negando lo que era. Cómo eran las personas, si fulanito fuera así o fuese asá,
si no hubiera dicho esto o aquello, si no hubiera hecho esto o aquello…Pero es
que fulanito es así y asá, pero es que fulanito ha dicho, pero es que fulanito ha
hecho. También negándome a mí misma. Si yo no fuera como soy, si yo no hubiera
dicho, si yo no hubiera hecho…Pero es que yo soy así, pero es que yo he dicho,
pero es que yo he hecho. Siempre negando las cosas que habían sucedido y
siempre queriendo cambiarlas. Si no hubiera sucedido esto o aquello no estaría
o no estaríamos en esta situación. Pero es que esto o aquello sí que ha
sucedido y no hay vuelta atrás. Y está bien, porque nos permite salir de esa
situación, de ese estado y pasar al siguiente.
¡Cuánto
tiempo desperdiciado!¡Cuánta energía! Mucho tiempo me ha costado entender que
lo que ocurre, que lo que es, es lo mejor que puede pasar, lo único que puede
pasar. Ya que en función de cómo somos las personas, pensamos, sentimos,
actuamos y decimos. Y si bien eso puede provocar conflictos y confrontaciones,
nos muestra la realidad desnuda de lo qué es, de quiénes son los demás y de quiénes
somos nosotros y si los conflictos y las confrontaciones deben de darse será
para el aprendizaje, el crecimiento y la evolución de cada una de las partes.
Para mostrar si somos compatibles, si tenemos los mismos valores, la misma
forma de afrontar las cosas. Las diferencias enriquecen porque nos muestran
otras formas de ser, otros posibles valores, otras formas de hacer y afrontar
las cosas.
Cuando
aceptamos lo que es, podemos disfrutar de la paz que esto nos proporciona. Dejamos
atrás el desgaste que produce luchar contra la realidad, contra lo que es, que
nosotros, ni nadie puede cambiar.