lunes, 16 de febrero de 2015

De qué están hechas nuestras relaciones?



El otro día leí, que en ocasiones es bueno romper nuestras relaciones para descubrir de que estaban hechas. Es como cuando destripábamos un muñeco de trapo cuando éramos niños, para comprobar que en su interior, después de tanto amor y cuidados, de tantos momentos de risas y de ternura, de diversión y compañía, sólo habitaban las telas arrugadas, el algodón, la lana o la guata.
A menudo, cuando rompemos nuestras relaciones, después de muchas dudas, venciendo todos y cada uno de nuestros temores (a haber tomado una decisión errónea, a la soledad, a que esa añoranza anticipada que nos posee se cronifique en el tiempo, entre otros), descubrimos realmente de que estaban hechas esas uniones. Con frecuencia descubrimos que estos vínculos que rompemos y a los que renunciamos, estaban hechos de mentiras, de dependencias varias, de inseguridades compartidas, de ilusiones realizadas y de deseos frustrados.Es por eso que se extinguen, que mueren, que no sobreviven al paso del tiempo. Cuando cerramos una puerta, miles se abren y en cualquier caso el aprendizaje que nos aportó la experiencia de esta unión, es lo que nos hace crecer y perseverar en el camino de la vida.

martes, 10 de febrero de 2015

EL BLOC DEL JOAN: Lo que debes saber. Ignacio Novo Bueno.

EL BLOC DEL JOAN: Lo que debes saber. Ignacio Novo Bueno.

Las palabras que decimos crean la realidad


No sólo las acciones y las decisiones que tomamos conforman nuestra vida. Aquel refrán que reza “obras son amores que no buenas razones”, es tan solo una verdad a medias. Aunque a simple vista parezca que las palabras que pronunciamos y escuchamos no vayan a ser tan determinantes como nuestros actos, un enunciado mil veces repetido se convierte en una realidad palpable.
¿Quién no ha renunciado a hacer algo por la opinión de otros? No podrás. Es muy difícil. O al contrario ¿Quién no ha hecho algo impulsado por las palabras de aliento de los demás? Claro que puedes. Yo te ayudo. ¡Qué interesante!
Pero no sólo cuentan las palabras dichas por otros sobre nosotros y sobre nuestra propia vida, también cuentan y mucho, incluso más, las que decimos nosotros acerca de nosotros mismos y de nuestra vida. Esas palabras que pronunciamos son una primera materialización de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, que si persisten en el tiempo y repetidos en voz alta una y otra vez, terminaran inevitablemente convertidos en nuestra realidad.
Por ejemplo si no paramos de decir,bien en nuestro diálogo interno, como en voz alta a otras personas:¡Qué asco de vida que llevo! Nuestra vida devendrá a ser posiblemente asquerosa. Igual que si estamos continuamente repitiéndonos: ¡Qué feliz soy!¡Como disfruto de cada momento de mi vida! Irremediablemente nuestra vida nos reportará cada vez, más motivos que confirmen esta percepción.
Así que observa lo que piensas, atiende lo que dices, porque posiblemente ese sea el futuro que mañana  te espera .

lunes, 9 de febrero de 2015

La carencia


Vivir desde la carencia. La carencia de alimentos, de dinero, de trabajo, de amistad, de amor, de actividad, de sentimientos...no está bien visto en el mundo en el que vivimos.
Crecemos en una sociedad en la que se niega la carencia, la privación. Crecemos en un mundo basado en la satisfacción de necesidades y deseos tan pronto y rápido como sea posible, aún cuando estas necesidades y estos deseos no estén claramente definidos. De esta manera se da con frecuencia la circunstancia, de que no sabemos con certeza que deseo o necesidad estamos satisfaciendo, ni de que modo lo estamos haciendo. ¿Por qué comemos en exceso o en defecto, por qué estamos con alguien o estamos solos, por qué salimos mucho o permanecemos en casa aislados....? Como no sabemos el por qué eso nos lleva a que tampoco sepamos cuándo debemos comer o debemos no hacerlo, cuándo es mejor que estemos solos o acompañados, cuándo debemos hacer algo o dejar que las cosas sucedan. Vivimos con prisas, con anticipación, con impaciencia. En una suerte de confusión en la que prima la consecución del bienestar, desconociendo en muchas ocasiones qué es lo que nos lo brinda, cubriendo deseos y necesidades de otros, copiados, heredados, emulados. Tenemos que estar satisfechos a toda costa, no sentir la carencia. Vivimos la carencia como una gran enemiga a la que hay que evitar.
Sin embargo la carencia, la falta de algo, el vivir sin algo, es nuestra gran maestra. Nos hace identificar y reconocer nuestras auténticas necesidades y deseos. Nos hace volver la mirada hacia dentro de nosotros mismos y descubrir hasta que punto esta carencia es tal para nosotros y en caso de sí serlo reconocer qué recursos tenemos en nuestro interior para rescatarla y hacerla brillar, para crecer y madurar a su lado. La carencia también nos hace volver la mirada hacia el exterior en su totalidad, al mundo y contemplar su riqueza, su esplendor, todo lo que nos ofrece y calibrar con realismo si esa carencia es algo realmente importante para nosotros o si podríamos vivir con esa carencia, con esa falta de compañía, de comida, de actividad, de amor, de amistad, de dinero, de trabajo, de sentimientos...
Si por el contrario esa carencia es vital para nosotros, nos brinda la ocasión de encontrar un montón de caminos para hacer que esa carencia deje de serlo, para conducir o reconducir nuestra vida, para encontrar nuestras verdaderas necesidades y deseos sin la urgencia de la satisfacción con la que antes vivíamos aún sin saber a ciencia cierta cuáles eran nuestras carencias. La carencia muestra una enseñanza que la satisfacción nunca podrá darnos y es la certeza de que nada es necesario de forma absoluta, sólo lo es en la medida en que así lo contemplamos.

martes, 3 de febrero de 2015

Fragmento de "Mi estrategia es esperar que un día me necesites" publicado en amazon


En la que luego supo sería una de las últimas cenas que compartieran, Isabel descubrió una faceta de Luis que desconocía, una faceta en la que nunca había reparado o que tal vez todavía no se había manifestado. Habían quedado con unos amigos a cenar como otras veces. Era verano, hacía calor e iban a pedir lo que iban a tomar en la terraza de un bar. De pronto Isabel reparó en que Luis coqueteaba abiertamente y a escasos centímetros de ella con la camarera que tenía que apuntar los pedidos, una chica muy mona que lucía una falda muy corta y una considerable falta de experiencia. La camarera en cuestión, estaba encantada de como se estaba desarrollando la situación. Eso se hacía evidente en su mirada divertida y descarada y en la sonrisa bobalicona que se había instalado en sus labios. No era lo que pasaba, era como pasaba. No era lo que decían, era como lo decían.
-Nosotros queremos unos calamares a la romana, unas bravas y un par de cañas.-dijo su amiga-Luego ya te pediremos los bocadillos.
-¿Tenéis chipirones en su tinta?-preguntó Luis a la chica con una de sus sonrisas más cautivadoras.
-Pues no tenemos, los tenemos rebozados.-respondió la camarera presa del hechizo que Luis momentáneamente ejercía sobre ella.
Isabel observaba la situación y no daba crédito a lo que sus ojos veían. La chica miraba medio embobada con una perenne sonrisa en los labios a Luis, mientras éste la miraba de arriba a abajo con una mirada seductora que parecía querer decir muchas cosas aunque no precisamente lo que deseaba cenar esa noche. Isabel se puso nerviosa. Muy nerviosa. Quería romper la magia que se había creado entre ellos, no soportaba ser testigo de esa mutua fascinación. Ella sabía como disiparla.
-El caballero no está en la carta-dijo.
-¿Cómo?-exclamó atónita la camarera.
-Que el caballero no está en la carta-repitió con seguridad y aplomo.-Más tarde pediremos.

Fragmento de "Lo que la vida nos da" publicado en amazon


Llevaba ya un año de directora del Hospital, pero veía que necesitaba más. Así que un día, hablando con un nuevo amigo, Juan, descubrí cuál sería el siguiente paso que debía de dar para conseguir mis propósitos.
Rocío, si lo que quieres es dedicarte a la política, lo mejor que puedes hacer es afiliarte a un partido político.
Sí, claro. ¿Al qué sea más afín a mis ideas?—pregunté.
No necesariamente. Al que sea votado de forma mayoritaria. Así tendrás una mayor probabilidad de alcanzar el poder.
Eso parece lógico.—reconocí.
Seguí el consejo de Juan, que por supuesto militaba también, en el partido sugerido. Acudí a cuantas reuniones y mítines hizo falta. Me hice de notar. Conocí a los cabecillas, a los líderes autonómicos y hasta nacionales. En mi casa apenas me veían, pero cuando me dejaba ver, estaba tan entusiasmada y feliz, que Jesús y mis hijos, Santiago y Belén, no podían más que alegrarse por mí, aunque echaran en falta mi presencia. Entendían que la carrera que había escogido, exigía de esos esfuerzos.
Tras largos meses de viajes continuos, de demostrar una disposición absoluta, me ofrecieron la Consejería de Economía y Hacienda. No pude disimular mi confusión.

-Yo soy médico. Lo que yo conozco es cómo funciona la sanidad-acerté a expresar de esta manera mi desconcierto.

Fragmento de "Todos los esqueletos son blancos" publicado en amazon

Doña Agustina se despertó aquella mañana y llamó a su doncella Zulema para que la ayudase a vestirse.
Zulema tráeme el vestido rojo y verde de seda con pedrería.
Sí señora.
La duquesa se encontraba muy favorecida con ese traje y aquella mañana estaba de muy buen humor y quería verse lo más guapa posible. Zulema le ayudó a ceñir la falda sobre su cintura, para después acoplarle el jubón sobre su esbelto cuerpo. Terminó ahuecando la falda, al tiempo que le calzaba unas sandalias a su señora. Luego la peinó, le hizo un moño con la larga trenza que tejió con su generosa melena. Sobre el moño ajustó, un tocado de color rojo a juego con los colores de la falda y el jubón que doña Agustina lucía.
La duquesa se contempló satisfecha frente al espejo y sonrió agradecida a Zulema.
La señora está guapísima.
Gracias Zulema. Ya sabes que sin tu ayuda no lo habría conseguido.
La señora es muy bella y no necesita de mi ayuda para lucir hermosa.
Bueno, bueno Zulema, no vamos a discutir por algo tan banal.
Brillaba un sol esplendoroso y doña Agustina se acercó a ver a sus hijos.
Buenos días mis amores —dijo al irrumpir en la habitación de juegos de los pequeños.
Los niños, Fernando y Rodrigo, jugaban entre ellos y la pequeña Leonor y su hermana Inés, se entretenían arreglándose los vestidos y peinándose los cabellos.
Los niños dejaron lo que estaban haciendo y se abalanzaron sobre su madre.
¡Madre!—gritaron casi al unísono.
Fernando el más mayor contaba ya con diez años. Leonor la pequeña, tan sólo cuatro. Todos la abrazaron y se dejaron besar por ella. La duquesa disfrutaba de verlos tan felices y formales. Cada uno esperaba paciente su turno para recibir la atención materna. Doña Agustina uno por uno, los iba sentando en su regazo.
Pero Inés. ¿qué pelo le estás haciendo a Leonor? No está mal del todo.—comentó ante el patente disgusto de la pequeña por su apreciación.—Anda trae el peine yo se lo arreglaré.
Inés le dio el peine y la duquesa con suma dulzura enderezó el rizo rubio y dócil de Leonor sobre sus hombros. Mientras Fernando y Rodrigo peleaban porque ambos querían acompañar a su padre a una cacería.
No hace falta que os peleéis. Los dos podéis ir con vuestro padre a esa dichosa cacería.—afirmó doña Agustina con calma, tratando de poner paz entre los niños.
De pronto irrumpió Zulema en la estancia.
Señora acaba de llegar Monseñor.
Gracias Zulema. Hazle pasar a la sala principal y por favor echa más leña a la chimenea que estos niños se van a quedar helados.
Sí señora.

La duquesa se arregló el vestido y se ajustó el tocado, mientras encaminaba sus pasos hacia el encuentro con Monseñor.
Monseñor es un placer recibir su visita—exclamó doña Agustina tras besar su mano en una leve reverencia.
El placer es mío señora. Es usted la mujer más llena de gracia de toda esta región.
Agradezco el halago doblemente por quien lo hace, pero créame, no lo merezco—afirmó con humildad la duquesa.