lunes, 9 de febrero de 2015

La carencia


Vivir desde la carencia. La carencia de alimentos, de dinero, de trabajo, de amistad, de amor, de actividad, de sentimientos...no está bien visto en el mundo en el que vivimos.
Crecemos en una sociedad en la que se niega la carencia, la privación. Crecemos en un mundo basado en la satisfacción de necesidades y deseos tan pronto y rápido como sea posible, aún cuando estas necesidades y estos deseos no estén claramente definidos. De esta manera se da con frecuencia la circunstancia, de que no sabemos con certeza que deseo o necesidad estamos satisfaciendo, ni de que modo lo estamos haciendo. ¿Por qué comemos en exceso o en defecto, por qué estamos con alguien o estamos solos, por qué salimos mucho o permanecemos en casa aislados....? Como no sabemos el por qué eso nos lleva a que tampoco sepamos cuándo debemos comer o debemos no hacerlo, cuándo es mejor que estemos solos o acompañados, cuándo debemos hacer algo o dejar que las cosas sucedan. Vivimos con prisas, con anticipación, con impaciencia. En una suerte de confusión en la que prima la consecución del bienestar, desconociendo en muchas ocasiones qué es lo que nos lo brinda, cubriendo deseos y necesidades de otros, copiados, heredados, emulados. Tenemos que estar satisfechos a toda costa, no sentir la carencia. Vivimos la carencia como una gran enemiga a la que hay que evitar.
Sin embargo la carencia, la falta de algo, el vivir sin algo, es nuestra gran maestra. Nos hace identificar y reconocer nuestras auténticas necesidades y deseos. Nos hace volver la mirada hacia dentro de nosotros mismos y descubrir hasta que punto esta carencia es tal para nosotros y en caso de sí serlo reconocer qué recursos tenemos en nuestro interior para rescatarla y hacerla brillar, para crecer y madurar a su lado. La carencia también nos hace volver la mirada hacia el exterior en su totalidad, al mundo y contemplar su riqueza, su esplendor, todo lo que nos ofrece y calibrar con realismo si esa carencia es algo realmente importante para nosotros o si podríamos vivir con esa carencia, con esa falta de compañía, de comida, de actividad, de amor, de amistad, de dinero, de trabajo, de sentimientos...
Si por el contrario esa carencia es vital para nosotros, nos brinda la ocasión de encontrar un montón de caminos para hacer que esa carencia deje de serlo, para conducir o reconducir nuestra vida, para encontrar nuestras verdaderas necesidades y deseos sin la urgencia de la satisfacción con la que antes vivíamos aún sin saber a ciencia cierta cuáles eran nuestras carencias. La carencia muestra una enseñanza que la satisfacción nunca podrá darnos y es la certeza de que nada es necesario de forma absoluta, sólo lo es en la medida en que así lo contemplamos.

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