Vivir
desde la carencia. La carencia de alimentos, de dinero, de trabajo,
de amistad, de amor, de actividad, de sentimientos...no está bien
visto en el mundo en el que vivimos.
Crecemos
en una sociedad en la que se niega la carencia, la privación.
Crecemos en un mundo basado en la satisfacción de necesidades y
deseos tan pronto y rápido como sea posible, aún cuando estas
necesidades y estos deseos no estén claramente definidos. De esta
manera se da con frecuencia la circunstancia, de que no sabemos con
certeza que deseo o necesidad estamos satisfaciendo, ni de que modo
lo estamos haciendo. ¿Por qué comemos en exceso o en defecto, por
qué estamos con alguien o estamos solos, por qué salimos mucho o
permanecemos en casa aislados....? Como no sabemos el por qué eso
nos lleva a que tampoco sepamos cuándo debemos comer o debemos no
hacerlo, cuándo es mejor que estemos solos o acompañados, cuándo
debemos hacer algo o dejar que las cosas sucedan. Vivimos con prisas,
con anticipación, con impaciencia. En una suerte de confusión en la
que prima la consecución del bienestar, desconociendo en muchas
ocasiones qué es lo que nos lo brinda, cubriendo deseos y
necesidades de otros, copiados, heredados, emulados. Tenemos que
estar satisfechos a toda costa, no sentir la carencia. Vivimos la
carencia como una gran enemiga a la que hay que evitar.
Sin
embargo la carencia, la falta de algo, el vivir sin algo, es nuestra
gran maestra. Nos hace identificar y reconocer nuestras auténticas
necesidades y deseos. Nos hace volver la mirada hacia dentro de
nosotros mismos y descubrir hasta que punto esta carencia es tal para
nosotros y en caso de sí serlo reconocer qué recursos tenemos en
nuestro interior para rescatarla y hacerla brillar, para crecer y
madurar a su lado. La carencia también nos hace volver la mirada
hacia el exterior en su totalidad, al mundo y contemplar su riqueza,
su esplendor, todo lo que nos ofrece y calibrar con realismo si esa
carencia es algo realmente importante para nosotros o si podríamos
vivir con esa carencia, con esa falta de compañía, de comida, de
actividad, de amor, de amistad, de dinero, de trabajo, de
sentimientos...
Si
por el contrario esa carencia es vital para nosotros, nos brinda la
ocasión de encontrar un montón de caminos para hacer que esa
carencia deje de serlo, para conducir o reconducir nuestra vida, para
encontrar nuestras verdaderas necesidades y deseos sin la urgencia de
la satisfacción con la que antes vivíamos aún sin saber a ciencia
cierta cuáles eran nuestras carencias. La carencia muestra una
enseñanza que la satisfacción nunca podrá darnos y es la certeza
de que nada es necesario de forma absoluta, sólo lo es en la medida
en que así lo contemplamos.
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