Llevaba
ya un año de directora del Hospital, pero veía que necesitaba más.
Así que un día, hablando con un nuevo amigo, Juan, descubrí cuál
sería el siguiente paso que debía de dar para conseguir mis
propósitos.
—Rocío,
si lo que quieres es dedicarte a la política, lo mejor que puedes
hacer es afiliarte a un partido político.
—Sí,
claro. ¿Al qué sea más afín a mis ideas?—pregunté.
—No
necesariamente. Al que sea votado de forma mayoritaria. Así tendrás
una mayor probabilidad de alcanzar el poder.
—Eso
parece lógico.—reconocí.
Seguí
el consejo de Juan, que por supuesto militaba también, en el partido
sugerido. Acudí a cuantas reuniones y mítines hizo falta. Me hice
de notar. Conocí a los cabecillas, a los líderes autonómicos y
hasta nacionales. En mi casa apenas me veían, pero cuando me dejaba
ver, estaba tan entusiasmada y feliz, que Jesús y mis hijos,
Santiago y Belén, no podían más que alegrarse por mí, aunque
echaran en falta mi presencia. Entendían que la carrera que había
escogido, exigía de esos esfuerzos.
Tras
largos meses de viajes continuos, de demostrar una disposición
absoluta, me ofrecieron la Consejería de Economía y Hacienda. No
pude disimular mi confusión.
-Yo
soy médico. Lo que yo conozco es cómo funciona la sanidad-acerté a
expresar de esta manera mi desconcierto.
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