viernes, 19 de abril de 2024

La certidumbre




















Desde que tengo uso de razón me he rebelado en contra de cómo eran las personas que me rodeaban y de las situaciones que me traía la vida. He perdido mucho tiempo negando lo que era. Cómo eran las personas, si fulanito fuera así o fuese asá, si no hubiera dicho esto o aquello, si no hubiera hecho esto o aquello…Pero es que fulanito es así y asá, pero es que fulanito ha dicho, pero es que fulanito ha hecho. También negándome a mí misma. Si yo no fuera como soy, si yo no hubiera dicho, si yo no hubiera hecho…Pero es que yo soy así, pero es que yo he dicho, pero es que yo he hecho. Siempre negando las cosas que habían sucedido y siempre queriendo cambiarlas. Si no hubiera sucedido esto o aquello no estaría o no estaríamos en esta situación. Pero es que esto o aquello sí que ha sucedido y no hay vuelta atrás. Y está bien, porque nos permite salir de esa situación, de ese estado y pasar al siguiente.

¡Cuánto tiempo desperdiciado!¡Cuánta energía! Mucho tiempo me ha costado entender que lo que ocurre, que lo que es, es lo mejor que puede pasar, lo único que puede pasar. Ya que en función de cómo somos las personas, pensamos, sentimos, actuamos y decimos. Y si bien eso puede provocar conflictos y confrontaciones, nos muestra la realidad desnuda de lo qué es, de quiénes son los demás y de quiénes somos nosotros y si los conflictos y las confrontaciones deben de darse será para el aprendizaje, el crecimiento y la evolución de cada una de las partes. Para mostrar si somos compatibles, si tenemos los mismos valores, la misma forma de afrontar las cosas. Las diferencias enriquecen porque nos muestran otras formas de ser, otros posibles valores, otras formas de hacer y afrontar las cosas.

Cuando aceptamos lo que es, podemos disfrutar de la paz que esto nos proporciona. Dejamos atrás el desgaste que produce luchar contra la realidad, contra lo que es, que nosotros, ni nadie puede cambiar.

viernes, 12 de abril de 2024

Todos tenemos adicciones




















Todos somos adictos a algo: al café, al trabajo, al dinero, a las posesiones, a las preocupaciones, a las compras, a la comida italiana, al cine, a la lectura, a la escritura, al chocolate negro, al buen vino, a la cerveza, a las redes sociales ,a viajar ,a la naturaleza, al amor, al reconocimiento y la complicidad de la amistad,  a los prejuicios,  a las discusiones, a la paz, a la serenidad, a los conflictos, a las soluciones, al aprendizaje, al estancamiento, a la zona de confort, al deporte, al sofá, al movimiento físico y mental, a no pensar, a imaginar, a soñar, a vivir, a dejar pasar la vida, al victimismo, al éxito y al triunfo, a no vernos , a mirarnos demasiado, a dormir, a madrugar, a trasnochar, a salir, a relacionarnos, a la soledad, al dolor, a la alegría, a la sinceridad, a las máscaras.

¿Dónde reside el límite entre el disfrute y la adicción? Justo en el disfrute. Cuando ya no se disfruta de algo y solo se ha adoptado ese hábito sin conseguir una gratificación a cambio. Cuando somos prisioneros, en vez de usuarios, cuando nuestras adicciones son nuestra carga y nuestra prisión en vez de una elección realizada desde la consciencia.