Ayer estuve en la presentación de un libro de un columnista de un
renombrado periódico. Fue una presentación que se salía de lo
corriente: en un atril iban desfilando un sinfín de amigos del autor
que se deshacían en elogios sobre el libro que éste había escrito
y era objeto de la presentación.
La
afluencia de gente fue considerable. La presentación tuvo lugar en
una sala de un famoso hotel de cinco estrellas. Lo que más me llamó
la atención es que entre los amigos del autor no había ninguna
mujer. Tampoco entre los asistentes sentados en la mesa en la que se
encontraba el escritor, que también más tarde hablaron del autor y
de su obra, había mujer alguna. Uno se atrevió a comparar al autor
con Gabriel García Márquez, lo que me pareció un sacrilegio por dos
motivos; estaba hablando de un Nobel y segundo es mi escritor
favorito.
Vivimos
en un mundo de hombres y el mundo de la literatura no se salva a la
vista de los hechos relatados.
Fue
una experiencia en conjunto fuera de lo común. También eché en
falta que el autor no hablara de su obra. Solo dijo no poseer
imaginación ninguna y que su trabajo era fruto de la observación.
Ahí queda eso.
A
pesar de todo compré la novela para ver como tan prestigiosa
editorial publicaba el libro de este hombre, conocido como periodista
y columnista de largo recorrido. Estas grandes editoriales siempre
apuestan a caballo ganador, pero quise ver si tanto elogio era
fundado, si el libro era lanzado fruto de su buen hacer o por las
buenas relaciones establecidas por el autor a lo largo de su carrera
como periodista.
Porque
después de tanto boato: tras la presentación se sirvió un
piscolabis, el autor tan arropado por amigos y grandes y poderosos
hombres de letras, no puedo más que pensar que más vale conocer a
las personas adecuadas que saber hacer, aunque espero en lo más
profundo de mi ser cambiar de opinión tras la lectura del susodicho
libro.