Cada uno ve las cosas,
percibe a las personas y a los sucesos que acontecen en la vida, en función de
sus creencias, de sus patrones de pensamiento y de su forma de conducirse por
la vida. Y está bien que así sea ya que cada punto de vista lejos de ser
excluyente es complementario y entre todas estas perspectivas parciales es más
fácil llegar a la comprensión total del sujeto o del hecho en cuestión.
Desafortunadamente
el ego, la personalidad que construimos para poder movernos en el mundo físico,
tiende a enfrentar opiniones en busca de la posesión de la razón absoluta. En
vez de concebir que el conjunto de las religiones aporta visiones
complementarias que podrían ayudarnos a comprender mejor el concepto de Dios o
el funcionamiento del universo, se suele considerar como algo absoluto lo que
es parcial con el único propósito de salir vencedor en la batalla de los egos
en lugar de buscar el beneficio de las almas en su totalidad. Igual ocurre en
la política encargada de la gestión de los recursos, territorialidad,
directrices de actuación en las distintas áreas (educación, sanidad, seguridad
social, empleo, trabajo...) cualquier diferencia por ínfima que sea como el
denominar una circunstancia con distinto nombre es motivo de enfrentamiento y
discusión: se trata de marcar la diferencia no de perseguir el bien común.
El
contemplar el origen por el que los sucesos de la vida y las interacciones
entre las personas transcurren así, podría ayudarnos a comprender mejor a
nuestros coetáneos. Todos hablamos y actuamos desde nuestra experiencia, nuestro
sistema de creencias y nuestros patrones de pensamiento y conducta, si tuviéramos
en cuenta esta cuestión, nos sería más fácil entender que lo que expresan los
demás no guarda relación con nosotros sino más bien con ellos mismos.