En la que luego supo sería una de las últimas cenas que compartieran, Isabel descubrió una faceta de Luis que desconocía, una faceta en la que nunca había reparado o que tal vez todavía no se había manifestado. Habían quedado con unos amigos a cenar como otras veces. Era verano, hacía calor e iban a pedir lo que iban a tomar en la terraza de un bar. De pronto Isabel reparó en que Luis coqueteaba abiertamente y a escasos centímetros de ella con la camarera que tenía que apuntar los pedidos, una chica muy mona que lucía una falda muy corta y una considerable falta de experiencia. La camarera en cuestión, estaba encantada de como se estaba desarrollando la situación. Eso se hacía evidente en su mirada divertida y descarada y en la sonrisa bobalicona que se había instalado en sus labios. No era lo que pasaba, era como pasaba. No era lo que decían, era como lo decían.
-Nosotros
queremos unos calamares a la romana, unas bravas y un par de
cañas.-dijo su amiga-Luego ya te pediremos los bocadillos.
-¿Tenéis
chipirones en su tinta?-preguntó Luis a la chica con una de sus
sonrisas más cautivadoras.
-Pues
no tenemos, los tenemos rebozados.-respondió la camarera presa del
hechizo que Luis momentáneamente ejercía sobre ella.
Isabel
observaba la situación y no daba crédito a lo que sus ojos veían.
La chica miraba medio embobada con una perenne sonrisa en los labios
a Luis, mientras éste la miraba de arriba a abajo con una mirada
seductora que parecía querer decir muchas cosas aunque no
precisamente lo que deseaba cenar esa noche. Isabel se puso nerviosa.
Muy nerviosa. Quería romper la magia que se había creado entre
ellos, no soportaba ser testigo de esa mutua fascinación. Ella sabía
como disiparla.
-El
caballero no está en la carta-dijo.
-¿Cómo?-exclamó
atónita la camarera.
-Que
el caballero no está en la carta-repitió con seguridad y
aplomo.-Más tarde pediremos.
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