El
otro día leí, que en ocasiones es bueno romper nuestras relaciones
para descubrir de que estaban hechas. Es como cuando destripábamos
un muñeco de trapo cuando éramos niños, para comprobar que en su
interior, después de tanto amor y cuidados, de tantos momentos de risas y
de ternura, de diversión y compañía, sólo habitaban las telas
arrugadas, el algodón, la lana o la guata.
A
menudo, cuando rompemos nuestras relaciones, después de muchas
dudas, venciendo todos y cada uno de nuestros temores (a haber tomado
una decisión errónea, a la soledad, a que esa añoranza anticipada
que nos posee se cronifique en el tiempo, entre otros), descubrimos realmente de que estaban hechas esas uniones. Con frecuencia descubrimos que
estos vínculos que rompemos y a los que renunciamos, estaban hechos
de mentiras, de dependencias varias, de inseguridades compartidas, de
ilusiones realizadas y de deseos frustrados.Es por eso que se
extinguen, que mueren, que no sobreviven al paso del tiempo. Cuando
cerramos una puerta, miles se abren y en cualquier caso el
aprendizaje que nos aportó la experiencia de esta unión, es lo que
nos hace crecer y perseverar en el camino de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario