martes, 3 de febrero de 2015

Fragmento de "Todos los esqueletos son blancos" publicado en amazon

Doña Agustina se despertó aquella mañana y llamó a su doncella Zulema para que la ayudase a vestirse.
Zulema tráeme el vestido rojo y verde de seda con pedrería.
Sí señora.
La duquesa se encontraba muy favorecida con ese traje y aquella mañana estaba de muy buen humor y quería verse lo más guapa posible. Zulema le ayudó a ceñir la falda sobre su cintura, para después acoplarle el jubón sobre su esbelto cuerpo. Terminó ahuecando la falda, al tiempo que le calzaba unas sandalias a su señora. Luego la peinó, le hizo un moño con la larga trenza que tejió con su generosa melena. Sobre el moño ajustó, un tocado de color rojo a juego con los colores de la falda y el jubón que doña Agustina lucía.
La duquesa se contempló satisfecha frente al espejo y sonrió agradecida a Zulema.
La señora está guapísima.
Gracias Zulema. Ya sabes que sin tu ayuda no lo habría conseguido.
La señora es muy bella y no necesita de mi ayuda para lucir hermosa.
Bueno, bueno Zulema, no vamos a discutir por algo tan banal.
Brillaba un sol esplendoroso y doña Agustina se acercó a ver a sus hijos.
Buenos días mis amores —dijo al irrumpir en la habitación de juegos de los pequeños.
Los niños, Fernando y Rodrigo, jugaban entre ellos y la pequeña Leonor y su hermana Inés, se entretenían arreglándose los vestidos y peinándose los cabellos.
Los niños dejaron lo que estaban haciendo y se abalanzaron sobre su madre.
¡Madre!—gritaron casi al unísono.
Fernando el más mayor contaba ya con diez años. Leonor la pequeña, tan sólo cuatro. Todos la abrazaron y se dejaron besar por ella. La duquesa disfrutaba de verlos tan felices y formales. Cada uno esperaba paciente su turno para recibir la atención materna. Doña Agustina uno por uno, los iba sentando en su regazo.
Pero Inés. ¿qué pelo le estás haciendo a Leonor? No está mal del todo.—comentó ante el patente disgusto de la pequeña por su apreciación.—Anda trae el peine yo se lo arreglaré.
Inés le dio el peine y la duquesa con suma dulzura enderezó el rizo rubio y dócil de Leonor sobre sus hombros. Mientras Fernando y Rodrigo peleaban porque ambos querían acompañar a su padre a una cacería.
No hace falta que os peleéis. Los dos podéis ir con vuestro padre a esa dichosa cacería.—afirmó doña Agustina con calma, tratando de poner paz entre los niños.
De pronto irrumpió Zulema en la estancia.
Señora acaba de llegar Monseñor.
Gracias Zulema. Hazle pasar a la sala principal y por favor echa más leña a la chimenea que estos niños se van a quedar helados.
Sí señora.

La duquesa se arregló el vestido y se ajustó el tocado, mientras encaminaba sus pasos hacia el encuentro con Monseñor.
Monseñor es un placer recibir su visita—exclamó doña Agustina tras besar su mano en una leve reverencia.
El placer es mío señora. Es usted la mujer más llena de gracia de toda esta región.
Agradezco el halago doblemente por quien lo hace, pero créame, no lo merezco—afirmó con humildad la duquesa.

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