martes, 22 de julio de 2014

La alegría de vivir y sus efectos


Hacía ya varias semanas, que me resentía de un dolor, una especie de contractura. Como un bocado que apretaba con fuerza los músculos de la parte posterior del muslo. Entre el semitendinoso y el bíceps femoral andaba la cosa. Esto derivó, en que apenas podía moverme sin parecer una especie de anciana prematura,alguien condicionado por sus dolores pretéritos, que no puede desplazar sus caderas y sus piernas con soltura por el espacio. No había manera de que estas molestias desaparecieran,a pesar de la constancia puesta en ejercitarlos, con largos paseos y con mis ejercicios en el agua.
Y todo siguió así hasta ayer (sí hasta ayer), en que me decidí a jugar con mi hijo al waterpolo.
-Venga tía, salta más. Tienes que saltar más.-me increpaba él, mientras yo vigilaba que con tanto salto, mis pechos no abandonasen el precario cobijo que en esos momentos les procuraba mi bañador.
Entre gritos y saltos mi hijo de nuevo me reprochó:
-Y deja ya de mirarte los melones, que no estás en lo que tienes que estar.
Ante este pronunciamiento le reprendí:
-Eso no se dice y menos a una madre.
Él, siempre obediente, no volvió a pronunciar tal palabra y sin perder un ápice de su entusiasmo y entrega, continuó jugando.
-Así!!!!Muy bien!!! Muy mal...Ay!!!! Casi!!!!
De salto en salto, de grito en grito, de ovación en ovación, el entretenimiento se prolongó más de una hora y yo, como él, quedé atrapada en la diversión que el juego súbitamente me brindaba.

Inesperadamente hoy, no siento dolor alguno. Y a pesar de mi indudable contento por mi repentina curación, no puedo evitar ser presa al mismo tiempo de la estupefacción. ¿Cómo es posible? me planteo. ¿Tanto bien me hizo la sesión de waterpolo que compartí ayer con mi hijo? ¿Hasta llegar a ser terapéutica para los males que padecía?¿Será que las cosas vividas sin alegría, sin felicidad, no muestran su eficacia?

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