Hacía
ya varias semanas, que me resentía de un dolor, una especie de
contractura. Como un bocado que apretaba con fuerza los músculos de
la parte posterior del muslo. Entre el semitendinoso y el bíceps
femoral andaba la cosa. Esto derivó, en que apenas podía moverme
sin parecer una especie de anciana prematura,alguien condicionado por
sus dolores pretéritos, que no puede desplazar sus caderas y sus
piernas con soltura por el espacio. No había manera de que estas
molestias desaparecieran,a pesar de la constancia puesta en
ejercitarlos, con largos paseos y con mis ejercicios en el agua.
Y
todo siguió así hasta ayer (sí hasta ayer), en que me decidí a
jugar con mi hijo al waterpolo.
-Venga
tía, salta más. Tienes que saltar más.-me increpaba él, mientras
yo vigilaba que con tanto salto, mis pechos no abandonasen el precario cobijo que en esos momentos les procuraba mi bañador.
Entre gritos y saltos mi hijo de nuevo me reprochó:
-Y
deja ya de mirarte los melones, que no estás en lo que tienes que
estar.
Ante
este pronunciamiento le reprendí:
-Eso
no se dice y menos a una madre.
Él,
siempre obediente, no volvió a pronunciar tal palabra y sin perder
un ápice de su entusiasmo y entrega, continuó jugando.
-Así!!!!Muy
bien!!! Muy mal...Ay!!!! Casi!!!!
De
salto en salto, de grito en grito, de ovación en ovación, el
entretenimiento se prolongó más de una hora y yo, como él, quedé
atrapada en la diversión que el juego súbitamente me brindaba.
Inesperadamente
hoy, no siento dolor alguno. Y a pesar de mi indudable contento por
mi repentina curación, no puedo evitar ser presa al mismo tiempo de
la estupefacción. ¿Cómo es posible? me planteo. ¿Tanto bien me
hizo la sesión de waterpolo que compartí ayer con mi hijo? ¿Hasta
llegar a ser terapéutica para los males que padecía?¿Será que
las cosas vividas sin alegría, sin felicidad, no muestran su
eficacia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario