Todos andamos
solos, perdidos a ratos, sin saber muy bien hacia dónde vamos, pero vamos
caminando, guiados por los mandatos sociales, por lo que sentimos, por lo que nos han
dicho que tenemos que sentir, por lo que nos han dicho que tenemos que hacer, por lo
que es necesario hacer para vivir en esta sociedad. Vistos desde esta
perspectiva, tal vez, la compasión y la empatía, pudiera ser un punto de
encuentro, más fácil de alcanzar cuando nos damos cuenta de que en cierta
manera todos, los ricos y los pobres, los sanos y los enfermos, los
triunfadores y los fracasados, vamos en el mismo barco, unos en un yate de lujo
y otros nadando, pero atravesamos el mismo mar haciendo la misma travesía.
Realmente esa
sensación de no saber hacia dónde vamos, perder el rumbo momentáneamente, nos
debería de acercar cada vez más, de una forma espiritual, más allá de los
engranajes que gobiernan este mundo, a nuestros compañeros, nuestros coetáneos,
las personas con las que coincidimos en esta vida y que a veces juzgamos de una
forma dura y que a veces nos juzgan de una forma dura, sin pensar que ellos
como nosotros estamos luchando por encontrar nuestro camino. El camino que nos
lleve a la felicidad, que nos haga encontrar el equilibrio, que nos haga
alcanzar lo que siempre hemos deseado. En ese sentido todos vamos en el mismo
barco, porque incluso los que parece que han conseguido lo que ansiaban, muchas
veces son los que se sienten más desgraciados, los que más sufren, los que
lamentablemente menos claro tienen los límites del camino que tienen que
transitar. Por lo que la compasión, la empatía y el amor, deberían de ser lo
que rigiera nuestras relaciones. Las relaciones con los demás, con las personas
con las que convivimos: en nuestra casa: con nuestros hijos, con nuestros
padres, con nuestra pareja, con nuestros hermanos, en el trabajo: con nuestros
compañeros y jefes, en el lugar donde vivimos: con vecinos y conocidos. Porque
todos en el fondo, viviendo en una casa más grande o pequeña, conduciendo un
coche más grande o pequeño, trabajando en un trabajo mejor o en un trabajo más
precario, todos andamos a la deriva, pensando en encontrar aquello que nos
satisfaga de una forma plena, que nos deje de hacer sentir vacíos, inocuos,
banales, superficiales. Todos buscamos esa profundidad que dé sentido a
nuestros días, que haga que nuestro comportamiento sea impecable, que nuestra
vida sea un ejemplo y un aporte para el resto de las personas con las que
estamos.
Tal vez el día que entendamos todo esto, habremos conseguido cambiar el mundo, habremos conseguido entender que no somos tan distintos, que todos somos iguales, o al menos muy parecidos. Iguales en algunos aspectos vitales en los que todos queremos encontrar un propósito y una proyección que dé sentido a nuestra existencia más allá de nuestras posesiones, más allá de nuestra carrera profesional, más allá de nuestra familia, más allá de nuestras amistades, encontrar el significado y el sentido de ser. ¿Para qué somos? ¿Para qué queremos ser?


