A medida que pasa el tiempo, el mundo que
conocemos se desvanece, para pasar a ser sustituido por un nuevo mundo
emergente que nos es desconocido. Esperar que el paso del tiempo no cambie lo
que nos es conocido es una fuente de frustración y desilusión. Nos predispone a
sentirnos desorientados si buscamos lo conocido en lo desconocido porque nunca
lo encontraremos.
Es lo que les ocurre con frecuencia a las personas
mayores que se maravillan con los nuevos avances de la civilización humana
mecidos a su vez por la nostalgia del recuerdo del mundo que existía cuando
eran niños y tal vez jóvenes. Lo mismo les sucede a los jóvenes que por su
inexperiencia tienen la firme convicción de que todo es para siempre y que lo
que conocen no será pasto de la devastadoras llamas del cambio, de la
transformación, del abandono y del temido olvido.
Para unos y para otros llegará un día que
buscarán un lugar o una persona y este o esta ya no estará y si está no será
igual que la recordaban. Será irreconocible para ellos. Porque con el tiempo lo
conocido cambia, se transforma y se convierte en extraño.
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