La necesidad de
pertenecer a un grupo, de estar en armonía con el mismo, nos lleva a veces a no
expresar con libertad nuestra opinión y a considerar como normal que todos
opinemos lo mismo a cerca de una cuestión, siendo que lo más lógico sería tener
una opinión distinta acerca de dicha cuestión condicionada por nuestras propias
experiencias, nuestras propias creencias, percepciones e improntas y respetar y
enriquecernos con esa variabilidad que cada ser humano puede aportar con su
visión de las cosas.
Sin embargo, nos
es más cómodo sentirnos pertenecientes a un grupo y adherirnos a esa corriente
de pensamientos, de opiniones, de forma de estar en el mundo. Nos es más fácil
a nosotros porque de esta manera no pensamos, asumimos que otros piensen por
nosotros y les es más cómodo a los otros. A los que nos quieren clasificados,
alineados, despersonalizados, carentes de iniciativas y propuestas, de
originalidad y creatividad. A los que
nos quieren ver individuos con comportamientos previsibles, programados para
ser como el resto, para pensar y opinar como el resto, para olvidarse de sí
mismos, de quiénes somos y de cómo somos, de cuáles son nuestras
potencialidades y sueños y de nuestra capacidad para dibujar un camino
alternativo al trazado, que otros puedan transitar y romper así con la
necesidad de pertenecer al grupo.
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