Es
fácil ser feliz cuando te alegras de los éxitos y de las victorias
de los demás como si fueran tuyos. Cuando entiendes que cada uno es
único y como tal tiene su propio valor. Un valor único, irrepetible
e intransferible y que de nada sirve competir si no para vivir en una
continua insatisfacción, en un continuo disgusto, en una vida amarga
y gris. Se entra en un juego en el que uno siente que el mundo no es
justo porque no reconoce su importancia, cuando la primera persona
que tiene que reconocer su valía y ser consciente de la misma es uno
mismo.
Ahí
está el gran fallo que comete la gente que no se valora, que no se
ama y por eso envidia, en vez de alegrarse, los logros de los demás.
De esta forma no hace más que mostrar la estrechez de su mente y de
su corazón. Es víctima de su propio sufrimiento, de un sufrimiento
que él mismo genera.
Alegrémonos
por el éxito de los demás, seamos felices con ellos, celebremos su
triunfo como nuestro, porque esa alegría y esa felicidad también
cuenta, también suma, igualmente nos hace mejores y nos acerca más
a vivir una vida feliz, alegre y saludable.
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