Un
día cualquiera estábamos cenando y sin un motivo en concreto me
acordé de mi amiga imaginaria de la infancia. Me había acordado en
otras ocasiones, a fin de cuentas los amigos reales o imaginarios no
se olvidan así como así. Un día que hablé de ella, mi amiga
Antonia, en el trabajo, una compañera apuntó que ahora por ese
motivo me habrían llevado al psicólogo.
-Es
posible. Pero como soy la pequeña de cinco hermanos mi madre estaba
más que acostumbrada a todos los retos que presenta la educación de
un hijo. De hecho una de mis hermanas también tuvo una
amiga imaginaria.-argumenté.
El
caso es, que aquel día en la sobremesa de la cena, comenté que yo
cuando era niña tenía una amiga imaginaria.
-Es
que tú eres muy rara hija.-sentenció mi marido.
Entonces
mi hija reconoció que ella también había tenido una amiga
imaginaria que se llamaba Marta y mi hijo también se atrevió a
hablar de su amigo imaginario Juan.
-¿Quién
es el raro ahora?-le pregunté a mi marido.-Estás en clara minoría.
Y
es que la normalidad y lo extraordinario está en los ojos, en la
experiencia de quién los califica como tales.
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